OURENSE, 29 de abril de 2025. Lo que comenzó como el sueño más optimista de la Primavera Árabe —una transición política relativamente pacífica, plural y democrática— parece haberse convertido en una historia de resistencias, frustraciones y retrocesos. Más de una década después del estallido de la Revolución Jazmín, Túnez enfrenta un escenario inesperado: instituciones debilitadas, una economía en caída libre y un presidente que, bajo el manto de la voluntad popular, ha ido concentrando poder sin contrapesos. Entre la memoria de los ideales de 2010 y la realidad de una nueva forma de dominación, Túnez vive hoy una encrucijada que puede definir su futuro político no solo para esta década, sino para las próximas generaciones. Esto expuso en su intervención de hoy David Alvarado. En efecto, dijo, en
diciembre de 2010, "un joven vendedor ambulante llamado Mohamed Bouazizi se prendió fuego en Sidi Bouzid, una pequeña ciudad del interior de Túnez. Su gesto desesperado, fruto de la humillación constante por parte de las autoridades y el agotamiento ante un sistema que no le daba salida, encendió la chispa de lo que pronto se convertiría en la Revolución Jazmín. Lo que comenzó como protestas locales contra la corrupción y el abuso de poder se extendió rápidamente por todo el país. Las calles se llenaron de manifestantes exigiendo libertad, dignidad y justicia. La represión policial no logró contener el estallido social; al contrario, lo intensificó. Bajo la presión de la calle, el presidente Zine El Abidine Ben Ali, que llevaba más de dos décadas gobernando con mano de hierro, abandonó el país el 14 de enero de 2011, marcando el fin del régimen autoritario y el inicio de una nueva era".
La caída de Ben Ali abrió las puertas a un proceso de transición política sin precedentes en el mundo árabe. "A diferencia de otros países, donde los levantamientos derivaron en guerra civil o en nuevas dictaduras, Túnez emprendió un camino inédito: elecciones libres, conformación de una Asamblea Nacional Constituyente y la redacción de una nueva Constitución. Todo esto bajo un clima de gran expectativa y compromiso por construir un Estado democrático basado en el respeto a los derechos humanos y al Estado de derecho. En este contexto, uno de los grandes hitos fue la promulgación de la Constitución de 2014, considerada avanzada para su entorno, y que establecía principios fundamentales como la igualdad entre hombres y mujeres, la libertad de conciencia, la protección de los derechos sociales y económicos, y la separación de poderes. Por primera vez en el mundo árabe, se consagraba el derecho a la educación, a la salud, al trabajo y hasta al acceso al agua potable", expuso el ponente en el curso de UNED Ourense.
Ruptura con el Estado policial
Pero si algo caracterizó a la revolución tunecina, indicó Alvarado, "fue la búsqueda de ruptura con el legado del Estado policial, aquel que durante décadas había vigilado, reprimido y torturado a sus propios ciudadanos. Tras la caída de Ben Ali, surgieron esfuerzos por reformar radicalmente el aparato de seguridad. Se disolvió la policía política, se impulsó la creación de instituciones como la Instancia Nacional para la Prevención de la Tortura, y se ratificó el Protocolo Facultativo de la Convención contra la Tortura. Sin embargo, estos avances no fueron totales ni definitivos. Aunque la violencia institucional dejó de ser sistemática, casos de abusos y detenciones arbitrarias continuaron registrándose, especialmente frente a movimientos sociales y protestas en zonas periféricas. La sociedad civil denunciaba con frecuencia estas prácticas, pero también reconocía que el camino hacia una verdadera profesionalización de las fuerzas de seguridad era aún largo".
Laicidad y papel del Islam en el Estado
Fue uno de los debates más complejos durante la transición. "Aunque ningún partido mayor defendía explícitamente una separación radical entre religión y política al estilo francés —por temor a asociarlo con ateísmo—, sí se impuso un concepto más flexible: el de un Estado civil, que reconoce la identidad cultural musulmana de la población sin subordinar la legislación a preceptos religiosos. Este equilibrio permitió integrar a diferentes actores políticos, desde islamistas moderados hasta sectores más secularizados. La figura del partido islamista Ennahda desempeñó un papel clave en este proceso, optando por una postura reformadora que buscaba modernizar el Estado sin ignorar su raíz religiosa. No obstante, tensiones surgieron cuando intentaron introducir nociones ambiguas sobre la sharia como fuente de derecho, lo que generó resistencias especialmente en sectores liberales y de defensores de los derechos humanos".
Tratamiento de la mujer
Otro aspecto crucial fue el tratamiento de la condición de la mujer, "otro ámbito en el que Túnez quiso marcar diferencias respecto de otros países del Magreb. La Constitución de 2014 consagró la igualdad entre sexos y obligó al Estado a proteger y promover los derechos femeninos adquiridos históricamente. Durante las negociaciones constitucionales, hubo momentos de tensión cuando algunos sectores trataron de presentar a la mujer como complemento del hombre, en lugar de igual", señaló el docente, añadiendo que "gracias a la presión de activistas y organizaciones feministas, se logró mantener un lenguaje inclusivo que reconociera la participación plena de las mujeres en la vida pública. Además, se avanzó en mecanismos legales para combatir la violencia machista, aunque persistían enormes brechas estructurales en términos de empleo, representación política y autonomía económica".
Libertades públicas y refuerzo del tejido civil
Las libertades públicas y el fortalecimiento del tejido civil también ocuparon un lugar central. "Aunque existían ciertas limitaciones, especialmente en el periodismo escrito, se dio un salto cualitativo en el acceso a medios de comunicación. La creación de la Alta Autoridad Independiente de la Comunicación Audiovisual (HAICA) permitió abrir el espacio mediático a voces diversas, aunque también fue criticada por su parcialidad en ciertos momentos. Los medios digitales proliferaron, dando voz a nuevas generaciones de comunicadores, aunque muchas veces priorizando el sensacionalismo sobre la profundidad informativa. Pese a ello, la censura no regresó al nivel prerrevolucionario, y aunque hubo episodios de persecución contra comunicadores críticos, particularmente tras la llegada de Kais Saied al poder en 2019, la prensa siguió siendo una de las más libres de la región", apunta David Alvarado.
Obstáculos
"Sin embargo, a pesar de todos estos avances normativos e institucionales, la transición enfrentó obstáculos que minaron su sostenibilidad. La crisis económica no sólo persistió, sino que se agravó con el tiempo. El desempleo, especialmente entre jóvenes universitarios, rondaba el 30% en ciertas regiones. Las desigualdades territoriales entre el interior rural y el norte costero seguían marcadas. Y mientras los partidos políticos discutían en el Parlamento, millones de tunecinos veían cómo sus condiciones de vida no mejoraban significativamente. Esto alimentó el descontento y, poco a poco, socavó la confianza en los nuevos liderazgos".
En 2018, se produjo una nueva oleada de protestas en barrios populares y ciudades del interior, recordando los levantamientos de 2010. Las demandas eran similares: empleo, acceso a servicios básicos, fin de la corrupción. "Pero esta vez no hubo una revolución, sino una respuesta represiva que evidenciaba el cansancio del sistema para responder a las expectativas generadas. Casi una década después del estallido de la Revolución Jazmín, Túnez parecía caminar en círculos", señala el ponente.
El año 2021 marcó un nuevo giro dramático. El presidente Kais Saied, elegido en 2019 como outsider y líder moralizador, siempre en clave populista, aprovechó una nueva crisis para suspender el Parlamento, destituir al primer ministro y asumir facultades excepcionales. "Justificó sus acciones invocando la Constitución, pero su movimiento fue visto por muchos como un auto-golpe que concentraba el poder en manos de un solo hombre. En 2022, promovió una nueva revisión constitucional mediante un referéndum que ampliaba sus atribuciones, debilitaba al Poder Judicial y consolidaba un modelo hiperpresidencialista. Desde entonces, se ha observado una progresiva erosión de las libertades civiles, con detenciones selectivas de opositores, restricciones a la prensa independiente y un discurso cada vez más autoritario del gobierno".
Con todo, Túnez, en palabras del doctor Alvarado, sigue siendo un caso único. "A pesar de las dificultades, conserva una sociedad civil activa, espacios de crítica y una memoria colectiva que recuerda los ideales de 2010. La historia de su transición democrática no es lineal ni concluyente, pero representa un experimento valioso en una región marcada por conflictos y dictaduras. Muestra que la democratización es posible, pero también cuánto depende de factores como la economía, la cohesión social y la madurez institucional. Y, tal vez, enseña que los regímenes pueden evolucionar hacia formas de dominación más sutiles, donde las urnas conviven con la arbitrariedad y la voluntad popular se reclama desde el poder sin verdadero contrapeso. Túnez sigue siendo un laboratorio, aunque ahora no tanto de esperanza como de advertencia".
UNED Ourense
Comunicación